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Francisco Campos López
El artículo que sigue fue originariamente publicado en el número 51 la revista INDEPENDENCIA -editada por Nación Andaluza- en abril de 2010. La coyuntura política presente lo mantiene -por desgracia- plenamente vigente y por eso tras su aparición en aquella revista en formato papel volvemos a publicarlo en formato digital en la Revista de Pensamiento Andaluz para nuestras lectoras.
Recuerdo aquel 4 de Diciembre de 1977 en Andalucía. En realidad recuerdo los dos. Porque hubo dos 4 de Diciembre, el “oficial” y el popular. Desde la muerte del Dictador, algo se removía en el inconsciente colectivo de los andaluces. Tras siglos de condicionamiento y persecución, y tras la interminable pesadilla fascista, nuestra identidad silenciada y adormecida, nunca desaparecida, parecía pugnar por volver a ser. Y aquel 4 de Diciembre despertó del letargo y eclosionó. Desde semanas antes era imposible mirar a una sola fachada sin ver una albonaida, la inmensa mayoría de confección casera. Con independencia de las pretensiones de los convocantes, al margen del control de los mismos y el seguimiento de sus consignas e intereses, apropiándose del día, haciéndolo suyo y transformándolo en expresión popular, dos millones de andaluces se echaron a las calles, de nuestras poblaciones y de aquellas otras naciones del exilio económico a las que les obligaron a emigrar, en una explosión de reconocimiento y un grito de libertad. Solo había banderas verdiblancas o rojas. Ante la exhibición de una española, tronaba la exclamación de: ¡solo queremos, banderas andaluzas! Cuando el españolismo pretendió reventar la sevillana, tuvo que intervenir la policía para protegerlos, dado el ímpetu decidido y combativo del pueblo andaluz. Ese: ¡a por ellos!, de la multitud en pleno. Esa combatividad que se derramó en Málaga a través de la sangre de un joven andaluz, Manuel José García Caparrós.
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Francisco Campos López
Decía Marx en una de sus conocidas “Tesis sobre Feuerbach” que “es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad”.

Traduciéndolo a lenguaje evangélico, dado que hay tanto izquierdista andaluz que se reivindica como cristiano, o al menos como influenciado por su filosofía o su figura, lo que Marx afirma podría ser hasta cierto punto equiparable a aquella supuesta afirmación atribuida a Jesús, transcrita en el Evangelio de Mateo, de “por sus frutos (por sus hechos, sus obras) los conoceréis”. Pero Marx va mucho más allá de lo personal, accidental, temporal o moral, añadiendo más adelante que también “la vida social es, en esencia, práctica”.
Es por tanto en la praxis, en la realidad material y la cotidianidad actuante; en lo que se hace, en el ejercicio del día a día, en las estrategias, acciones y actividades propuestas, en desarrollo o realizadas; y no en lo que se dice, en las ideas que se manifiesta defender, en los principios que se afirma mantener, en la ética que se adjudique, o en las declaraciones realizadas en escritos, alocuciones, etc., en donde podemos hallar la medida real para determinar tanto en torno a la “verdad” personal, la “del hombre” individualmente considerado, como sobre la “esencia” de la “vida social”, la “verdad” de las sociedades y agrupaciones humanas. Las características que ciertamente los describen, conforman y encuadran. Lo que son, hacia donde se dirigen y hacia donde nos conducen. Es la praxis la que construye y determina presentes y futuros, no las autoadscripciones, las palabras o las intencionalidades.
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